viernes, 8 de agosto de 2014

Viernes 8 de agosto – Elías

Ahora bien, Elías, el de Tisbé de Galaad, fue a decirle a Acab: “Tan cierto como que vive el Señor, Dios de Israel, a quien yo sirvo, te juro que no habrá rocío ni lluvia en los próximos años, hasta que yo lo ordene”. 1 Reyes 17:1.

Cuanto peor es la situación, más claro, fuerte y determinado es el mensaje de Dios y el mensajero que él utiliza. Para un matrimonio real como Acab y Jezabel, era necesario un Elías: fuerte, directo y sincero.
El profeta del monte Carmelo entra en el relato bíblico de una manera que sorprende incluso al mismo rey Acab. Antes de que este pudiera darle alguna respuesta, hacer alguna amenaza, intentar discutir las informaciones que acababa de recibir, el profeta que entró sin pedir permiso salió sin dejar rastros.
Es verdad que luego del mayor triunfo religioso de su ministerio, Elías huyó ante la amenaza de Jezabel; pero Dios –también en este episodio– nos deja algunas enseñanzas. Más allá de la adrenalina que debió de haber gastado durante todo el día en el monte Carmelo, suficiente como para que, después de soportar un día con aquella tensión, corriera (por el poder del Espíritu) delante de los caballos del rey en medio de la tormenta; la depresión de Elías no parece ser de origen físico, sino espiritual.
En aquel momento y en aquella circunstancia, Dios lo busca, le da ánimo, consuelo y fuerzas para continuar. Contigo y conmigo no es diferente. La manera en que nos trata el Cielo es la misma ayer, hoy y hasta el último día de nuestra vida en esta tierra.
Cuando Cristo te busca, lo primero que hace es solucionar tu problema más urgente. Quizá no sea el más importante, pero sí el que necesitas resolver para poder atender los otros asuntos. El paralítico del estanque de Betesda necesitaba el perdón de sus pecados, pero primero Cristo lo hizo caminar.
En el caso de Elías, el ángel no le dice que debe ser fuerte, que no se debe deprimir ni que debe regresar a Israel. Nada de eso; lo primero que le da es pan, para que tenga fuerzas para vivir. Luego de que se alimenta, el profeta –ahora renovado– está en condiciones de llegar hasta Horeb, para escuchar la voz poderosa de Dios en el silbo apacible y suave.


Escúchala tú también.

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