Acab hijo de Omri hizo lo que ofende al Señor, más que todos los reyes
que lo precedieron. 1 Reyes 16:30.
Cuando pienses que el pecado te arrastró al fondo del pozo, no te
sorprendas si caes más hondo. Cuando sientas que nada peor puede suceder,
recuerda que siempre está la posibilidad de ser como Acab.
Todas las decisiones de este rey que aparecen en este capítulo de la
Biblia fueron equivocadas, desde el punto de vista de Dios. Eligió casarse con
Jezabel, una de las peores mujeres de la historia bíblica. Se dedicó a servir a
Baal y construyó altares dentro de los templos de Samaria, tanto para este dios
como para su compañera, Asera.
El tobogán espiritual comenzó con Jeroboam y llegó a su punto más bajo
en Acab. El pueblo, siempre inclinado a pecar, fue en la misma línea. Si bien
es verdad que la iglesia no puede elevarse más allá de los que la lideran, no
hay nada más fácil que hacer lo que a uno le gusta si tiene el apoyo –por lo
menos, moral– de un superior.
El único detalle que esta frase presenta y que me gustaría pensarlo
contigo, es que el pueblo, así como la iglesia, es un conjunto de individuos y
cada uno tiene libertad para elegir.
Entre las varias historias, una peor que la otra, que la Biblia cuenta
de Acab, elijo, para terminar, el momento de su muerte. No porque sea el
último, sino porque creo que lo pinta de “cuerpo entero”: él organiza una
guerra y lo lleva –casi contra su voluntad– a Josafat, el rey de Judá, para que
la pelee con él. Se disfraza para no llamar la atención como monarca, aunque al
“amigo” que lo va a ayudar, no avisa nada y lo deja bien en el centro de la
escena. Un dirigente horroroso. Un líder de cuarta categoría. Un mentiroso. Un
traidor. Un cobarde. Un miserable. Los adjetivos –todos malos– se podrían sumar
como en una catarata de un río desbordado.
Acab es uno de los pocos personajes bíblicos de los que es difícil
sacar algún elemento positivo. Es un espejo en el que no deberías mirarte.
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