Así que
Naamán, con sus caballos y sus carros, fue a la casa de Eliseo y se detuvo ante
la puerta. Entonces Eliseo envió un mensajero a que le dijera: “Ve y zambúllete
siete veces en el río Jordán; así tu piel sanará, y quedarás limpio”. 2 Reyes
5:9, 10.
Debe ser una
de las historias bíblicas más interesantes que nos cuentan cuando somos
pequeños. El gran general del ejército de un país enemigo llega hasta la casa
del profeta de Dios en Israel, por el comentario oportuno y lleno de fe de una
muchacha esclava.
Eliseo le da
una orden muy extraña para solucionar el problema: bañarse en el río Jordán.
Contra su voluntad, Naamán obedece y Dios realiza el milagro.
Naamán se
prepara para ir a Israel y, diplomáticamente, avisa al rey del país su
intención de visitar la tierra para ser sanado.
Naamán llega,
con todas sus expectativas, con toda la fe prestada por la muchacha que había
quedado en su tierra, ante la casa del profeta. Él espera ser tratado con las
honras que a su grado militar le corresponde. Pero eso no ocurre. Es tratado
como un ser humano enfermo, que necesita de un milagro. Siempre pensé que
Eliseo podría haberlo recibido con un poco más de cortesía; pero tenemos que
aprender que Dios actúa –siempre– de la manera que es mejor para nosotros.
“Naamán se
enfureció y se fue, quejándose: ¡Yo creí que el profeta saldría a recibirme
personalmente para invocar el nombre del Señor su Dios, y que con un movimiento
de la mano me sanaría de la lepra! ¿Acaso los ríos de Damasco, el Abana y el
Farfar, no son mejores que toda el agua de Israel? ¿Acaso no podría zambullirme
en ellos y quedar limpio? Furioso, dio media vuelta y se marchó” (2 Rey. 5:11,
12).
Los criados
convencen a Naamán de que realice el “sacrificio” de meterse en el río Jordán.
Luego de seis zambullidas que no dan resultado, llega la séptima: es el momento
de la fe. Dios siempre realiza el milagro de la manera y en el momento que él
sabe que son los mejores. No hubo aceite desbordando en la casa de la viuda,
pero nunca se secó el fondo de la vasija. Jericó no se cayó ni en la primera ni
en la sexta vuelta.
La séptima
zambullida es el momento que Dios eligió para hacer el milagro. No pierdas la
fe.
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