miércoles, 27 de agosto de 2014

Miércoles 27 de agosto – Giezi

Luego le dijo a su criado Giezi: “Llama a la señora. El criado así lo hizo, y ella se presentó”. 2 Reyes 4:12.

Tus decisiones marcan tu vida. Parece una obviedad, pero si lo piensas un segundo, te darás cuenta de que es una frase con una profundidad y una importancia enormes, con reflejos eternos. Josué era el ayudante de Moisés. Eliseo comenzó su ministerio profético siendo el ayudante de Elías. Giezi era el ayudante de Eliseo. ¿Hay alguna posibilidad de que Dios lo haya elegido para que fuera el siguiente profeta de Israel? Nadie lo sabrá, porque él eligió pensar en el aquí y ahora, antes que en el plan de Dios para su vida.
Si la vida de Giezi hubiera sido como lo marca el versículo de hoy, ¡quién sabe, su destino hubiera sido bien diferente! Pero, con el paso del tiempo, da la sensación de que el respeto, la admiración y la obediencia a la palabra profética se desdibujaron en la mente de Giezi.
Después de que Eliseo rechaza el ofrecimiento de recibir un pago por el milagro de sanar de lepra a Naamán, Giezi va en busca del capitán sirio, inventa la mentira de la llegada de los dos jóvenes estudiantes de las escuelas de los profetas, y pide “tres mil monedas y dos mudas de ropa” (2 Rey. 5:22).
Un posible futuro de victorias y alegrías se pierde por decidir basado en el aquí y el ahora. Eva decidió de esta manera. David, en la historia con Betsabé, decidió del mismo modo. Tú y yo, muchas veces, también.
Giezi, se perdió porque, para él, eran más importantes las riquezas que el capitán sirio le había ofrecido a Eliseo que las palabras del profeta. Muchos de nosotros nos perderemos porque veinte minutos de placer son más importantes que la eternidad; porque preferimos satisfacer nuestros deseos terrenos, momentáneos y fugaces antes que obedecer las órdenes divinas, eternas y constantes; porque la alegría superficial, vacía e instantánea del pecado eclipsa nuestra percepción de la felicidad profunda y perpetua que nos ofrece el Cielo.

El aquí y ahora nos seduce y nos conduce, haciéndonos perder de vista el glorioso más allá.

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