Pero Nabot le respondió: “El Señor prohíbe que yo le venda a Su
Majestad lo que heredé de mis antepasados”. 1 Reyes 21:3.
¡Pobre Nabot! Todo su error fue vivir al lado del palacio real. ¡Pobre
Acab! Tanto poder terrenal, pero sin el más mínimo dominio propio. Por el
contrario, actúa como un niño malcriado cuando no consigue el juguete que
quiere, en el instante que lo desea.
La propuesta de Acab no es mala. Le ofrece comprarle el viñedo o, si
prefiere, cambiárselo por alguno mejor. La respuesta de Nabot es más
sentimental que comercial. La propuesta de Jezabel (¡siempre ella!) es mentir,
asesinar y robar, porque Acab –caprichosamente– quería ese viñedo.
Acab, además de todos los defectos que ya mencionamos, ahora nos
muestra otra faceta de su despreciable carácter. Si no tiene lo que quiere
cuando él quiere, se “deprime”. Parece mentira que en este momento de la
historia él tenga más de cinco años.
No sé si conoces a alguien así. El malhumor está pronto para aflorar si
no consigue –en el mismo instante– lo que desea. Un “no” es el fin del mundo.
Es esa visión equivocada que tenemos del Señor, cuando sentimos que él no nos
da exactamente lo que le pedimos. Quedamos “malhumorados”, espiritualmente
hablando. Entonces ya no oramos, no vamos a la iglesia, no adoramos… Nuestra
inmadurez espiritual puede llegar a extremos que rozan el absurdo.
Transformamos a Dios en un “hada madrina”, que tiene la obligación de siempre
convertirnos en príncipes o princesas, aunque nuestra realidad espiritual sea
de cenicientas.
Como niños en un centro comercial, muchas veces pedimos (llorando y a
los gritos) cosas a Dios como ellos se las piden a sus padres.
Nabot no tiene ninguna culpa ni es maleducado. No exige nada.
Simplemente, dice “No” a una propuesta de negocio. ¿Sabes? Tú tendrás que decir
muchos “no” en tu vida. Algunos serán fáciles, otros pueden dolerte
profundamente; pero por las razones correctas los podrás defender, si fuera
necesario, hasta con tu propia vida.
El viñedo de tu pureza sexual, el de tu adoración, el de los sábados
como día del Señor, el viñedo de tu honestidad, el de tu alimentación siguiendo
los principios divinos y tantos otros, son propiedades que no deberías vender
(ni entregar) por ningún precio.
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