viernes, 15 de agosto de 2014

Viernes 15 de agosto – Nabot

Pero Nabot le respondió: “El Señor prohíbe que yo le venda a Su Majestad lo que heredé de mis antepasados”. 1 Reyes 21:3.

¡Pobre Nabot! Todo su error fue vivir al lado del palacio real. ¡Pobre Acab! Tanto poder terrenal, pero sin el más mínimo dominio propio. Por el contrario, actúa como un niño malcriado cuando no consigue el juguete que quiere, en el instante que lo desea.
La propuesta de Acab no es mala. Le ofrece comprarle el viñedo o, si prefiere, cambiárselo por alguno mejor. La respuesta de Nabot es más sentimental que comercial. La propuesta de Jezabel (¡siempre ella!) es mentir, asesinar y robar, porque Acab –caprichosamente– quería ese viñedo.
Acab, además de todos los defectos que ya mencionamos, ahora nos muestra otra faceta de su despreciable carácter. Si no tiene lo que quiere cuando él quiere, se “deprime”. Parece mentira que en este momento de la historia él tenga más de cinco años.
No sé si conoces a alguien así. El malhumor está pronto para aflorar si no consigue –en el mismo instante– lo que desea. Un “no” es el fin del mundo. Es esa visión equivocada que tenemos del Señor, cuando sentimos que él no nos da exactamente lo que le pedimos. Quedamos “malhumorados”, espiritualmente hablando. Entonces ya no oramos, no vamos a la iglesia, no adoramos… Nuestra inmadurez espiritual puede llegar a extremos que rozan el absurdo. Transformamos a Dios en un “hada madrina”, que tiene la obligación de siempre convertirnos en príncipes o princesas, aunque nuestra realidad espiritual sea de cenicientas.
Como niños en un centro comercial, muchas veces pedimos (llorando y a los gritos) cosas a Dios como ellos se las piden a sus padres.
Nabot no tiene ninguna culpa ni es maleducado. No exige nada. Simplemente, dice “No” a una propuesta de negocio. ¿Sabes? Tú tendrás que decir muchos “no” en tu vida. Algunos serán fáciles, otros pueden dolerte profundamente; pero por las razones correctas los podrás defender, si fuera necesario, hasta con tu propia vida.

El viñedo de tu pureza sexual, el de tu adoración, el de los sábados como día del Señor, el viñedo de tu honestidad, el de tu alimentación siguiendo los principios divinos y tantos otros, son propiedades que no deberías vender (ni entregar) por ningún precio.

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