miércoles, 20 de agosto de 2014

Miércoles 20 de agosto – Ocozías

Ocozías hijo de Acab ascendió al trono de Israel en Samaria en el año diecisiete de Josafat, rey de Judá, y reinó dos años en Israel. Pero hizo lo que ofende al Señor, porque anduvo en los caminos de su padre y de su madre, y en los caminos de Jeroboam hijo de Nabat, que hizo que Israel pecara. 1 Reyes 22:51, 52.

Humanamente hablando, no se podría esperar mucho más de Ocozías de lo que este versículo relata. Hizo lo que ofende a Dios, anduvo en los caminos de sus padres y colaboró para que el pueblo de Israel continuara pecando.

Desde el punto de vista humano, el pecado a veces no nos sorprende, hasta que supera los límites que nosotros mismos colocamos. Por ejemplo: que un dirigente de la iglesia cometa adulterio consigue llamar nuestra atención (en algunos casos roza el escándalo), porque supera los límites que marcamos. Dicho de otro modo, aceptamos diversos niveles de pecados. Esto es un error.

Nos acostumbramos tanto, por ejemplo, al chisme, a la mentira y a la murmuración, que ya forman parte de la “normalidad”.

“Fulano –dirigente de la iglesia– me contó un chisme”. Dejó de ser un problema, para transformarse en la introducción para que yo también me entere de la información que está circulando. Nadie se escandaliza.

“Fulano –dirigente de la iglesia– estaba fumando y bebiendo en el bar”. Superó los límites. Nos incomoda. En esos casos, reaccionamos.

Aquellos pecados “normales”, “comunes”, “repetidos por todos”, los observamos como características de la naturaleza humana, casi no le damos importancia espiritual; cuando, en realidad, uno solo de esos pecados sin confesar, sin que se muera frente a la fuerza del arrepentimiento, nos puede dejar fuera del Reino de Dios.

En una oportunidad, Ocozías se unió con Josafat para construir una flota, con la idea de traer oro de Ofir. No lo consiguieron, porque la escuadra naufragó. Ante el fracaso, el rey de Israel propuso un segundo intento; pero Josafat, advertido por un profeta, no aceptó la propuesta (1 Rey. 22:48, 49).


La diferencia entre el hombre prudente y el insensato es que mientras este no entiende la voz de Dios y vuelve a repetir el error, el primero se aleja del mal. Tú eliges qué harás con tu vida eterna. Tan solo recuerda que un pecado “normal” te puede dejar fuera del cielo.

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