Ocozías tuvo un accidente al caer de una ventana, y
envía un grupo de mensajeros a consultar al dios de Ecrón sobre su futuro. El
profeta Elías interrumpe el viaje de la comitiva y los hace regresar, avisando
que el rey morirá. Ese primer grupo no conoce al hombre de Dios, pero apenas lo
describen –solamente la vestimenta– y presentan su informe, Ocozías entiende
que es Elías quien habló, y lo manda a prender.
Tres grupos de oficiales son enviados con la misma
misión. Los dos primeros fueron –literalmente– consumidos por fuego divino. El
tercer contingente actúa de una manera marcadamente diferente, y consigue no
solo sobrevivir, sino además llevar al profeta hasta la presencia del rey.
Elías se encontraba en la tranquilidad de la cima
del monte. Un lugar así nos acerca a la presencia de Dios. El silencio y la
quietud nos permiten escuchar mejor la voz del Señor. Quizá sea por eso que los
dos primeros mensajeros, representantes de los poderes del mal, lo primero que
le dicen al profeta es “baja”.
Es interesante que ambos comiencen reconociendo a
Elías como un hombre de Dios. Tus palabras, tu vestimenta, tu forma de actuar,
tu posición frente a la vida, tu elección por estar en la cima del monte, cerca
de Dios, hace fácil reconocerte como un hombre o una mujer de Dios.
Con el segundo contingente, la orden será más
enfática: “Baja inmediatamente” (2 Rey. 1:10). La única forma que existe para
que el enemigo pueda atraparte, llevarte a sus dominios y rendirte, es
haciéndote bajar a su territorio. Mientras estés en la cima del monte, en el
territorio de Dios, nadie tiene poder para alcanzarte ni tocarte.
Hoy puedes elegir si vivir en la cima del monte o
en el territorio del enemigo. Recuerda que allí arriba difícilmente podrás
estar acompañado por mucha gente y que no tendrás las comodidades que el valle
te ofrece, pero ese es el territorio de Dios; por lo tanto, es el mejor lugar
del mundo para ti y para mí.
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