Además del pecado que hizo cometer a Judá, haciendo así lo
que ofende al Señor, Manasés derramó tanta sangre inocente que inundó a
Jerusalén de un extremo a otro. 2 Reyes 21:16.
La historia de Manasés es
increíble. Hijo del buen rey Ezequías, elige hacer lo malo delante de Dios. Por
su culpa, el pueblo de Judá vuelve a adorar a los dioses falsos y los
habitantes de Jerusalén son llevados cautivos. Él mismo cae prisionero. Ahora,
estando en la peor situación de su vida, ora y Dios… ¡lo perdona!
En nuestra concepción de vida, de
justicia y de religión, hay personas que no merecen el perdón divino. Sin
dudas, Manasés estaría en la lista de cualquiera de nosotros. Son los casos
perdidos.
Él no solo eligió hacer lo
incorrecto, sino además intentó destruir la obra espiritual que su padre había
realizado. Ya dijimos varias veces durante este año: los pecados de tus padres
no son razón para tus pecados; así como la fe de tus padres no te salva a ti.
Durante el extenso reinado de
Manasés (cincuenta y cinco años), sus decisiones de carácter espiritual y
religioso trajeron consecuencias en todos los otros aspectos de la vida del
pueblo. La tiranía, la superstición, la aversión para con lo bueno, la
violencia, son compañeras inseparables de las tinieblas espirituales.
Así como Jesús dijo que si
buscamos su Reino en primer lugar todas las otras cosas buenas se sumarán en
nuestra vida, lo contrario también es cierto; si buscamos el error, las cosas
malas se agregarán.
Llegó el momento en que tocó el
fondo del pozo. Es interesante notar que el fondo del pozo de Manasés no fue
espiritual, sino político. Él no se arrepiente por el mensaje de un profeta de
Dios; él no se convierte de sus malos caminos porque entienda que el culto a
Baal y a Asera fuese un error de consecuencias eternas. Manasés pierde su reino
y, prisionero en Babilonia, ora al Dios de sus antepasados.
Lo increíble y maravilloso es que
el Cielo lo reconstituye en todos los aspectos. Nuestro Dios no se queda a la
mitad del camino. Cuando él comienza una tarea, la lleva hasta el final. Cuando
acepta el pedido de perdón del malvado rey Manasés, no solamente lo transforma
en un hombre salvo, sino también le devuelve el trono.
Dios no se conforma con arreglar
un aspecto de tu vida, él quiere reformarte por completo.
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