Así que uno de los sacerdotes que
habían sido deportados de Samaria fue a vivir a Bet-el y comenzó a enseñarles
cómo adorar al Señor. 2 Reyes 17:28.
Cuando Dios interviene, los
planes y las decisiones humanas pierden valor. El rey de Asiria deportó a los
habitantes de Samaria y llevó en su lugar gente “de Babilonia, de Cuta, de Ava,
de Hamat y de Sefarvaim” (2 Rey. 17:24, RV60).
El plan del rey para repoblar el
territorio era humanamente válido; el problema es que muchos planes válidos
para nosotros son equivocados para Dios. Este era uno de ellos.
Los nuevos pobladores no conocen
a Dios, no saben cómo adorarlo, pero reconocen su poder detrás de la manada de
leones que los estaban destruyendo. Cuando le avisan del problema al rey,
directamente le dicen que no saben lo que requiere el Dios de esta tierra.
Ellos no entendían que Jehová era
el Dios, no de esa tierra, sino de toda la tierra, el cielo y las cosas que en
ellos hay. Pero son lo suficientemente humildes como para reaccionar pidiendo
ayuda espiritual frente al problema. Pueden ser paganos e idólatras, pero
actuaron de una manera que nosotros –cristianos y monoteístas– muchas veces no
conseguimos.
A veces, queremos solucionar
nuestros problemas desde una óptica humana. Buscamos soluciones terrenas,
lógicas y comprensibles. Soluciones que podamos repetir en laboratorios. Nos
cuesta entender que los “leones” de nuestras vidas pueden ser un instrumento
divino para llamar nuestra atención sobre algún aspecto que debemos corregir.
El rey envía un sacerdote para
que enseñe a los nuevos habitantes de la región a adorar al Dios verdadero de
la manera que él espera ser adorado. Una oportunidad increíble para dar a
conocer la verdad a aquellos que no la conocen. Una oportunidad de testificar,
similar a la que nosotros tenemos con mucha frecuencia, pero que no sabemos
aprovechar.
El pueblo entendió el mensaje,
comenzó a adorar a Dios; pero “aunque adoraban al Señor, servían también a sus
propios dioses, según las costumbres de las naciones de donde habían sido
deportados” (2 Rey. 17:33).
Es posible que no tengamos ni una
gota de sangre de los pueblos de “Babilonia, Cuta o Sefarvayin”, pero muchas
veces nos comportamos como si, en cuanto a lo espiritual, fueran nuestros
antepasados directos. Adoramos, ritualmente, a Dios; pero servimos a nuestros
propios dioses: humanos, frágiles, pobres y falsos. Adora hoy de corazón al
único Dios verdadero.
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