martes, 16 de septiembre de 2014

Martes 16 de septiembre – El sacerdote que enseñaba

Así que uno de los sacerdotes que habían sido deportados de Samaria fue a vivir a Bet-el y comenzó a enseñarles cómo adorar al Señor. 2 Reyes 17:28.

Cuando Dios interviene, los planes y las decisiones humanas pierden valor. El rey de Asiria deportó a los habitantes de Samaria y llevó en su lugar gente “de Babilonia, de Cuta, de Ava, de Hamat y de Sefarvaim” (2 Rey. 17:24, RV60).
El plan del rey para repoblar el territorio era humanamente válido; el problema es que muchos planes válidos para nosotros son equivocados para Dios. Este era uno de ellos.
Los nuevos pobladores no conocen a Dios, no saben cómo adorarlo, pero reconocen su poder detrás de la manada de leones que los estaban destruyendo. Cuando le avisan del problema al rey, directamente le dicen que no saben lo que requiere el Dios de esta tierra.
Ellos no entendían que Jehová era el Dios, no de esa tierra, sino de toda la tierra, el cielo y las cosas que en ellos hay. Pero son lo suficientemente humildes como para reaccionar pidiendo ayuda espiritual frente al problema. Pueden ser paganos e idólatras, pero actuaron de una manera que nosotros –cristianos y monoteístas– muchas veces no conseguimos.
A veces, queremos solucionar nuestros problemas desde una óptica humana. Buscamos soluciones terrenas, lógicas y comprensibles. Soluciones que podamos repetir en laboratorios. Nos cuesta entender que los “leones” de nuestras vidas pueden ser un instrumento divino para llamar nuestra atención sobre algún aspecto que debemos corregir.
El rey envía un sacerdote para que enseñe a los nuevos habitantes de la región a adorar al Dios verdadero de la manera que él espera ser adorado. Una oportunidad increíble para dar a conocer la verdad a aquellos que no la conocen. Una oportunidad de testificar, similar a la que nosotros tenemos con mucha frecuencia, pero que no sabemos aprovechar.
El pueblo entendió el mensaje, comenzó a adorar a Dios; pero “aunque adoraban al Señor, servían también a sus propios dioses, según las costumbres de las naciones de donde habían sido deportados” (2 Rey. 17:33).

Es posible que no tengamos ni una gota de sangre de los pueblos de “Babilonia, Cuta o Sefarvayin”, pero muchas veces nos comportamos como si, en cuanto a lo espiritual, fueran nuestros antepasados directos. Adoramos, ritualmente, a Dios; pero servimos a nuestros propios dioses: humanos, frágiles, pobres y falsos. Adora hoy de corazón al único Dios verdadero.

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