Así que Hilcías el sacerdote,
Ahicam, Acbor, Safán y Asaías fueron a consultar a la profetisa Hulda, que
vivía en el barrio nuevo de Jerusalén. Huldá era la esposa de Salún, el
encargado del vestuario, quien era hijo de Ticva y nieto de Harhas. 2 Reyes
22:14.
Cuando Josías queda preocupado
por la vida espiritual de su pueblo, busca la dirección de Dios a través de sus
profetas, para tomar las decisiones correctas. Cuando tú estás preocupado por
cualquier tema, ¿a quién recurres, en busca de consejo?
En esa época, el profeta Jeremías
estaba vivo; pero el sacerdote y los mensajeros del rey –quizá por pedido
expreso del monarca– fueron a buscar la palabra de Hulda. La tradición judía
dice que Jeremías, primo de la profetisa, estaba viajando por las tribus de
Israel en ese momento. Más allá de la razón, lo cierto es que esta mujer fue la
elegida para dar el mensaje divino. Dios no está preocupado por cuestiones de
género: él solo necesita un corazón dispuesto a obedecer.
Seguramente, si la consulta le
hubiera sido hecha a Jeremías, la respuesta hubiera sido la misma. No creo que
Dios cambiaría el mensaje por el instrumento que utilizaría para darlo. Pero,
sin duda, el tono con el que el profeta hubiera informado la voluntad divina
habría sido distinto.
Hulda, como mujer, sin dejar de
decir absolutamente toda la verdad originada en el Cielo, le dio las palabras
de ánimo que el rey necesitaba escuchar.
Decir la verdad es una
responsabilidad que, como cristianos, no podemos dejar de lado. Nuestra
obligación es estar de parte de lo correcto, aunque se desplomen los cielos.
Pero nosotros elegimos el tono con el que vamos a anunciar esa verdad. Para ser
firmes, no necesitamos ser groseros; para ser fieles, no necesitamos ser
hirientes.
En medio del mensaje de
condenación que Dios da por la insistencia del pueblo en pecar, aparecen las
palabras de ánimo y de aliento para el rey por esforzarse para hacer las cosas
bien. “Como te has conmovido y humillado ante el Señor al escuchar lo que he
anunciado…” es el motivo que el Cielo da para bendecir al rey Josías; la misma
regla sirve para nosotros hoy.
¿Quieres la bendición de Dios?
Conmuévete por tu pecado, humíllate ante el Señor, busca su Palabra, obedece
todo lo que él ordena y reforma tu existencia.
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