En el año noveno del reinado de Oseas, el rey de Asiria,
después de conquistar Samaria, deportó a los israelitas a Asiria y los instaló
en Halah, en Gozán (que está junto al río Habor) y en las ciudades de los
medos. 2 Reyes 17:6.
La paciencia de Dios tiene un límite. Después de siglos
esperando una respuesta de obediencia, destruyó a Sodoma y a Gomorra. Después
de muchos siglos esperando que fuese la nación que él había soñado, desechó a
Israel como pueblo elegido.
Por si no lo habías notado, nosotros, como iglesia, llevamos
más de cien años “dando vueltas” en este mundo. ¿Será que estamos dando las
respuestas que Dios espera de nosotros? Recuerda que iglesia no solo es el
pastor, ni los administradores ni los misioneros en el extranjero. La iglesia
eres tú y soy yo.
Este oscuro rey de Israel intentó apoyarse en el poder de
otro ser humano para librarse del peligro que significaba el rey de Asiria (el
mismo que había ayudado a Acaz), buscando el apoyo del rey de Egipto. Mientras
perdamos tiempo intentando auxilio, amparo o protección en otro hombre,
seguiremos teniendo soluciones de segunda categoría. Nuestro socorro viene del
Señor, dice el salmista. Tu socorro ¿viene de Dios?
Así como en la historia de los pueblos y las naciones Dios
llega al límite de su paciencia, de la misma manera en la vida individual de
los seres humanos sucede lo mismo. Llega un instante en el que el Cielo deja
que el ser humano se haga cargo de sus propias decisiones. Debe ser el momento
más triste de la historia, no solo para el ser humano, que –generalmente–
ignora su propia situación, sino también la ocasión más triste para Dios. Es
una de esas situaciones en las que el Señor llora.
Cuando un hijo elije separarse del Padre, en el cielo, los
ángeles comienzan con una ceremonia que realizan en un silencio profundo y
doloroso. El nombre de aquel hijo esperado para la fiesta es borrado de la
lista de los invitados. La piedrita blanca donde estaba preparado el nuevo
nombre que recibiría y la corona preparada para darle la bienvenida a casa, son
dejadas de lado. En la mesa de la cena del Cordero se retira un plato. La casa
construida especialmente para él, queda deshabitada. Un lugar en el coro
celestial queda vacío.
No hagas llorar a tu Padre.
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