lunes, 15 de septiembre de 2014

Lunes 15 de septiembre – Oseas

En el año noveno del reinado de Oseas, el rey de Asiria, después de conquistar Samaria, deportó a los israelitas a Asiria y los instaló en Halah, en Gozán (que está junto al río Habor) y en las ciudades de los medos. 2 Reyes 17:6.

La paciencia de Dios tiene un límite. Después de siglos esperando una respuesta de obediencia, destruyó a Sodoma y a Gomorra. Después de muchos siglos esperando que fuese la nación que él había soñado, desechó a Israel como pueblo elegido.
Por si no lo habías notado, nosotros, como iglesia, llevamos más de cien años “dando vueltas” en este mundo. ¿Será que estamos dando las respuestas que Dios espera de nosotros? Recuerda que iglesia no solo es el pastor, ni los administradores ni los misioneros en el extranjero. La iglesia eres tú y soy yo.
Este oscuro rey de Israel intentó apoyarse en el poder de otro ser humano para librarse del peligro que significaba el rey de Asiria (el mismo que había ayudado a Acaz), buscando el apoyo del rey de Egipto. Mientras perdamos tiempo intentando auxilio, amparo o protección en otro hombre, seguiremos teniendo soluciones de segunda categoría. Nuestro socorro viene del Señor, dice el salmista. Tu socorro ¿viene de Dios?
Así como en la historia de los pueblos y las naciones Dios llega al límite de su paciencia, de la misma manera en la vida individual de los seres humanos sucede lo mismo. Llega un instante en el que el Cielo deja que el ser humano se haga cargo de sus propias decisiones. Debe ser el momento más triste de la historia, no solo para el ser humano, que –generalmente– ignora su propia situación, sino también la ocasión más triste para Dios. Es una de esas situaciones en las que el Señor llora.
Cuando un hijo elije separarse del Padre, en el cielo, los ángeles comienzan con una ceremonia que realizan en un silencio profundo y doloroso. El nombre de aquel hijo esperado para la fiesta es borrado de la lista de los invitados. La piedrita blanca donde estaba preparado el nuevo nombre que recibiría y la corona preparada para darle la bienvenida a casa, son dejadas de lado. En la mesa de la cena del Cordero se retira un plato. La casa construida especialmente para él, queda deshabitada. Un lugar en el coro celestial queda vacío.

No hagas llorar a tu Padre.

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