Todos los servidores de palacio asignados a la puerta del
rey se arrodillaban ante Amán, y le rendían homenaje, porque así lo había
ordenado el rey. Pero Mardoqueo no se arrodillaba ante él ni le rendía
homenaje. Ester 3:2.
Amán estaba casi feliz. El rey lo acababa de honrar con una
ascensión en la escala palaciega, llevándolo a “un puesto más alto que el de
todos los demás funcionarios que estaban con él” (Est. 3:1); pero en el corazón
humano, el “casi” es “nada”.
Cuenta la leyenda que era un pobre sastre que trabajaba para
un rey. La felicidad estaba dibujada en el rostro del artesano todos los días.
El rey le daba una moneda por cada trabajo que realizaba, y el súbdito no solo
se lo agradecía con un excelente trabajo, sino además se lo demostraba con una
actitud de alegría y plenitud, pese a que su condición económica continuaba
siendo precaria.
Un día, el rey se impacientó con la constante alegría de su
humilde siervo, y preguntó a uno de sus consejeros cómo podría hacer para
borrarle la sonrisa del rostro a aquel sastre. El consejero le sugirió una idea
que en un primer momento le pareció extraña, equivocada y ridícula al rey:
“Dele noventa y nueve monedas”. El monarca pensó que si una moneda lo dejaba
tan feliz, alegre y satisfecho al sastre, noventa y nueve monedas lo dejarían
noventa y nueve veces más feliz, alegre y satisfecho… El consejero le explicó
que el problema no era de cantidad, sino la obsesión de tener las cien.
La vida del sastre cambió radicalmente para mal, cuando pasó
a preocuparse por la moneda que no le permitía completar la centena.
Amán tenía casi todo lo que había soñado, solo faltaba el
homenaje de Mardoqueo. Si te pones a pensar seriamente en la historia, el hecho
de que uno de los siervos del rey no se arrodillara ante él no debería ser
motivo para tanta rabia ni tanto odio. Pero como “casi” es lo mismo que “nada”,
Amán fue detrás de la “moneda” que faltaba para completar las cien.
No estoy recomendando que te conformes con poco ni que te
quedes a la mitad del camino. Estoy diciéndote que Dios te da lo que tú
necesitas, que tu felicidad no debe depender de la moneda que te hacen creer
que te falta, sino que se debe sostener en las noventa y nueve que el Rey del
universo te entrega cada día.
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