martes, 2 de septiembre de 2014

Martes 2 de septiembre – El oficial incrédulo

El ayudante personal del rey replicó: “¡No me digas! Aun si el Señor abriera las ventanas del cielo, ¡no podría suceder tal cosa!”. “Pues lo verás con tus propios ojos –le advirtió Eliseo–, pero no llegarás a comerlo”. 2 Reyes 7:2.

En un versículo está contada toda una historia. Historia que se repite a través de los tiempos y llega hasta nuestros días. Es la historia de la Palabra de Dios, dicha con la seriedad que la verdad absoluta merece, y contestada desde la falta de fe.
El rey va hasta Eliseo no para pedirle un consejo o una intervención en el ámbito de lo espiritual, sino para matarlo. En un diálogo extraño, breve y realizado con la puerta cerrada separándolos, el mensajero del rey escucha al mensajero de Dios profetizar la finalización del conflicto. No explica cómo va a ocurrir, solo marca las consecuencias de ese milagro. La noticia que el ayudante personal del rey escucha es la mejor que podría soñar; pero los ojos humanos no permiten ver más allá y no consigue creer.
A nosotros nos sucede lo mismo. Tenemos las mejores noticias, pero no conseguimos creer en ellas porque no conseguimos ver más allá. Tener la información correcta y verdadera no modifica mi visión (corta y equivocada) sobre los acontecimientos. Sigo preocupado por lo que veo, por lo que entiendo, por lo que consigo percibir.
El ayudante del rey veía al ejército sirio que continuaba, como todo el tiempo anterior, acampado alrededor de la ciudad. Él continuaba viendo las mismas carpas, con los mismos soldados, con el mismo poderío militar. ¿Cómo aceptar y confiar en la palabra de Eliseo, si mis ojos no perciben ningún cambio?
Mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre murieron con esta esperanza: que la segunda venida de Jesús se produciría cuando ellos estuvieran vivos. Ya pasaron muchos años desde la última despedida, y el universo continúa igual. Las carpas del enemigo de Dios continúan en el mismo lugar.
El enemigo expone ante mis ojos el mismo poder de siempre, por lo que yo sigo sintiendo un miedo igual al de ayer.

Recuerda: la cuestión no es lo que tú ves con tus ojos humanos, sino lo que la Palabra de Dios dice clara, terminante y definitivamente. La promesa que nace en la boca de Dios no falla.

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