Por aquel tiempo, Amasías envió
mensajeros a Joás, hijo de Joacaz y nieto de Jehú, rey de Israel, con este
reto: “¡Sal para que nos enfrentemos!”. 2 Reyes 14:8.
El rey Amasías es el hijo del rey
Joás, el rey bueno de Judá. Amasías fue un monarca correcto, aunque no destruyó
los altares paganos y el pueblo continuó ofreciendo sacrificios y quemando
incienso en honor a los dioses falsos.
Cuando uno piensa en estas
historias, se pregunta por qué (en las cuestiones espirituales) nosotros somos
tan inclinados a conformarnos con un porcentaje de lo que podríamos hacer. No
nos entregamos en un ciento por ciento No adoramos en un ciento por ciento. No
somos cristianos el ciento por ciento.
En cada aspecto, llegamos hasta
donde creemos que es suficiente. Pero, el problema es que Dios no se conforma
con lo “suficiente”, él quiere la totalidad. Él quiere toda tu vida, todas tus
horas, todos tus pensamientos, todas tus fuerzas. La entrega parcial es lo que
nos hace fieles representantes de Laodicea: tibios y dignos de ser vomitados de
la boca del Señor.
Amasías demoró algún tiempo en
afianzarse en el poder, e inmediatamente después ajustició a quienes había
asesinado a su padre; pero respetó la vida de los hijos de los asesinos,
demostrando su obediencia a las órdenes de Dios.
Por más que nosotros tenemos la
inclinación de hacer “juicios familiares”, el Cielo juzga en forma individual.
Los pecados de tu padre no te perderán ni la santidad de tu madre te salvará.
El libre albedrío que Dios nos dio nos hace personalmente responsables por
nuestras decisiones. En el juicio divino, no hay herencias.
El momento de mayor poderío
militar de Amasías se dio cuando derrotó a diez mil edomitas. La Biblia no
cuenta cuántos soldados tenía el ejército de Judá, pero el número de los vencidos
es considerable. Inmediatamente después, reta al rey de Israel para luchar, y
pierde rotundamente.
¿Sabes? En la vida espiritual
muchas veces nos comportamos como Amasías. Una victoria sobre el pecado nos
hace sentir tan poderosos que queremos enfrentar a todos nuestros enemigos, que
muchas veces nos derrotan. El secreto de la vida cristiana está en vivir un día
a la vez, tomado de la mano de Jesús.
Cada día pide las fuerzas que
necesitas para vivir esta jornada, pues de nada vale que, basado en tu triunfo
de ayer, te lances a la conquista del mañana, olvidándote de tu lucha de hoy.
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