Joaquín dejó su ropa de prisionero, y por el resto de su
vida comió a la mesa del rey. Además, durante toda su vida Joaquín gozó de una
pensión diaria que le proveía el rey de Babilonia. 2 Reyes 25:29, 30.
Esta etapa de la historia de Judá llega a su final. La lista
de reyes se vuelve a llenar de nombres de hombres que hicieron lo incorrecto
ante los ojos de Dios, que duraron pocos meses en el trono, que fueron
atacados, vencidos y aprisionados por los reyes de los pueblos vecinos. Es el
típico final trágico de las vidas que eligen alejarse de la Fuente segura, que
es Cristo.
Joaquín, sin la protección divina, es capturado y llevado
prisionero por el rey de Babilonia. Sin el brazo protector de Jesús, somos presa
fácil para cualquiera; el más débil de los ángeles caídos puede derrotarnos sin
hacer esfuerzo cuando caminamos solos. Debemos entender que nuestra única
protección real y válida contra el pecado es Cristo, nuestro amparo y
fortaleza.
Joaquín estuvo treinta y siete años prisionero en Babilonia.
¿Cuánto tiempo llevas siendo esclavo del pecado? ¿Cuánto tiempo hace que estás
aprisionado en tu propia Babilonia espiritual? Cada pecado no confesado, cada
pecado que quieres repetir, cada vez que coqueteas con el pecado, te atas una
cadena más, te dejas llevar a una prisión más profunda.
Pasados esos años, el nuevo rey de Babilonia hizo que le
quitaran sus vestiduras de prisionero, lo invitó a comer en su mesa y le pagó
una pensión diaria.
El rey de Babilonia, como el enemigo de Dios contigo, le
brindó a Joaquín la sensación de libertad, le permitió el simulacro de
independencia; aunque en realidad el ex rey de Judá continuaba siendo
prisionero en un país extraño.
¿Entiendes? Es la ilusión de ser soberano en tu propia vida,
el espejismo de tu propia autodeterminación; no es más que un delirio que se
choca con las paredes de un palacio que no es tuyo y en el que estás encerrado.
Así es el pecado: la ilusión de la alegría y el espejismo de
la libertad, cuando en realidad sigues siendo un triste prisionero esclavizado.
El punto está en que, seguramente, Joaquín comparó su
situación actual con la anterior y pensó: “Estoy mejor”. No puedes estar
“mejor”, cuando lo único que cambió fue el lugar en el que estás prisionero. Tu
única solución es la libertad, y la libertad es Cristo.
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