Ese día, cuatro hombres que padecían de lepra se
hallaban a la entrada de la ciudad. “¿Qué ganamos con quedarnos aquí sentados,
esperando la muerte? –se dijeron unos a otros–. No ganamos nada con entrar en
la ciudad. Allí nos moriremos de hambre con todos los demás, pero si nos
quedamos aquí, nos sucederá lo mismo. Vayamos, pues, al campamento de los
sirios, para rendirnos. Si nos perdonan la vida, viviremos; y si nos matan, de
todos modos moriremos”. 2 Reyes 7:3, 4.
Perdido por perdido, tomamos la decisión más
inconsciente que podemos imaginar. Perdido por perdido, nos metemos en la “boca
del lobo” sin pensar en las consecuencias. Los leprosos fueron a buscar la
muerte. Por ser israelitas y por estar enfermos de la incurable lepra, los
sirios los matarían. Perdido por perdido… ¡me arriesgo!
¿Sabes? Dios tiene una visión diferente de las
situaciones, incluso de aquellas en las que tú mismo te ves sin salida, sin
posibilidades, sin opciones. Cuando tú crees que el callejón te deja sin ruta
de escape, solo debes mirar hacia el lugar correcto y verás una mano en tu
ayuda.
Comúnmente, cuando somos tentados, miramos hacia el
lugar equivocado. Miramos la tentación. No: la idea es que miremos hacia
arriba, a lo alto, al Cielo. De allí llegará nuestra mano amiga que nos quiere
ayudar. Ahí está el segundo problema que repetimos en nuestra caminata
cristiana: queremos solucionar nosotros mismos nuestro problema, con nuestras
fuerzas, con nuestras estrategias.
Los leprosos van a ver si consiguen alguna ayuda, y
encuentran bendiciones superabundantes. Luego, no consiguen mantenerse con la
boca cerrada: necesitan contárselo a alguien. ¿Entiendes que, en la historia de
la humanidad, tú eres un leproso que tienes la mejor noticia que el mundo
necesita escuchar? ¿Eres capaz de quedarte callado? ¿Consigues disfrutar de las
bendiciones sin compartirlas con nadie? Es demasiado egoísmo. Es demasiada
irresponsabilidad.
Los leprosos gritan las buenas nuevas que llegan
hasta los oídos del rey; quien tiene miedo, porque no cree en el milagro que le
acaban de contar.
No sabemos cómo termina la historia de estos cuatro
leprosos; la Biblia no dice nada. Creo que no fueron sanados de su enfermedad.
De todos modos, aunque podamos sufrir un final “normal” acorde con nuestra
condición pecaminosa, nuestra responsabilidad es hablar, en alta voz, aunque
sea medianoche, para avisar a los otros todo lo que tenemos a disposición por
el poder divino.
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