viernes, 11 de julio de 2014

Viernes 11 de julio – Jonatán

Hubo una batalla más en Gat. Allí había otro gigante, un hombre altísimo que tenía veinticuatro dedos, seis en cada mano y seis en cada pie. Este se puso a desafiar a los israelitas, pero Jonatán hijo de Simea, que era hermano de David, lo mató. 2 Samuel 21:20, 21.

Los valientes de David mataron un gigante por batalla. Abisai mató a Isbi-benob. Sibecai mató al gigante Saf. Elhanán mató a Goliat el geteo. Jonatán mató al gigante de los veinticuatro dedos. Mientras los filisteos colocaban su confianza en la fuerza de estos gigantes, los valientes de Israel seguían el camino trazado por el joven pastor David en su lucha contra Goliat, y peleaban con la fuerza y las armas de Dios.

Al parecer, en cada nueva batalla que los filisteos planteaban a los israelitas, colocaban a un nuevo gigante al frente del ejército; un nuevo paladín para amedrentar a los soldados del pueblo de Dios. Al final de cada batalla, tenían una nueva decepción, porque siempre había un valiente soldado de David que los mataba. La técnica de los filisteos también es usada por el enemigo de Dios: cuando Satanás no consigue vencerte con un gigante, intentará hacerlo con otro.

Aunque no son mis favoritos, me gustan el vóley y el tenis. Estos deportes tienen ese momento de tensión y de suspenso final llamado match point; allí está la posibilidad de terminar el partido y ganar. En términos deportivos, los filisteos tenían “cinco match points” gracias a sus gigantes. ¡Y perdieron los cinco! El pueblo de Israel, a través de valientes como Jonatán, consiguió revertir un resultado que –desde todo punto de vista– era derrota segura.

Bueno, “desde todo punto de vista” no. Porque hay una perspectiva que muchas veces olvidamos: la óptica de Dios. Él tiene una visión privilegiada de toda la situación. Él sabe.

Nuestro problema es que cuando aparecen los gigantes, escapamos con miedo o nos quedamos paralizados. Pensamos en nuestras limitadas fuerzas y, cobardes, huimos o quedamos como petrificados. Cuando el enemigo nos muestra su fuerza en un vaso con cerveza, una invitación inmoral, una propuesta indecente, muchas veces nos olvidamos del poder que tenemos al alcance de una oración y reaccionamos como si estuviéramos solos en el universo.

Jonatán y los otros valientes de David no lucharon contra aquellos gigantes confiando en sus fuerzas. Ahí está el secreto de su éxito. El nuestro, también.

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