Así que fueron por todo Israel en busca de una
muchacha hermosa, y encontraron a una sunamita llamada Abisag y se la llevaron
al rey. 1 Reyes 1:3.
Cuando leo esta parte de la historia de la vida de
David, no puedo dejar de preguntarme dónde estaban Betsabé, Abigail y el resto
de las mujeres que el rey había tomado. ¿Acaso ninguna de ellas conseguía
acompañar al viejo rey? No quiero juzgar, pero creo que compartirás conmigo la
idea de que es más fácil estar acompañado cuando las cosas “corren bien” para
nuestro lado.
Por alguna razón, Abisag llegará a ser la última
mujer de David. No tuvieron relaciones sexuales, pero esta joven sunamita
rápidamente ganó un puesto destacado en el palacio. Es ella quien está
acompañando al rey cuando deciden la ascensión de Salomón al trono.
Quizá por esto se pueda entender mejor el enojo de
Salomón con Adonías (1 Rey. 2), al punto de ordenar su muerte, cuando este último
realiza la petición de casarse con ella.
La historia de Abisag está marcada por aspectos
contrastantes. Su nombre permite entrever un nacimiento problemático: “Mi padre
es un error”. Quizás hija de un mal hombre, Abisag nace y crece en Sunem (el
mismo espacio geográfico del que procede la amada y bella mujer del Cantar de
los Cantares), donde se transforma en una joven hermosa.
La belleza física de Abisag la lleva hasta el
palacio, pero no para transformarse en la madre de alguno de los futuros hijos del
rey, como Abigail o Betsabé, sino para acompañarlo en las últimas noches de
vida; cuando su fuerza física no era suficiente ni siquiera para entrar en
calor para descansar.
Abisag, a pesar de ser reconocida por su belleza
–al igual que otras mujeres del rey–, comparte la cama con David pero, al
contrario de las otras, no tiene su amor.
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