Al final, Salomón despidió al pueblo, y ellos
bendijeron al rey y regresaron a sus casas, contentos y llenos de alegría por
todo el bien que el Señor había hecho en favor de su siervo David y de su
pueblo Israel. 1 Reyes 8:66.
La fiesta de dedicación del Templo de Salomón duró
catorce días. Estrictamente, fueron dos semanas de cultos, adoración y
dedicación; de muebles, edificios y vidas.
En ese proceso, el Arca del Pacto (Alianza) fue
trasladada desde la ciudad de David hasta el Lugar Santísimo del nuevo templo.
El rey bendijo al pueblo, oró al Cielo pidiendo las bendiciones que el Señor
había prometido cuando todavía estaban en el desierto, pactando con él por si
el pueblo pecaba y se arrepentía; y, además, intercediendo por los extranjeros
que se podrían acercar hasta este lugar sagrado para adorar.
Finalmente, Salomón sacrifica 22 mil bueyes y 120
mil ovejas, como ofrenda de gratitud y adoración. ¿En qué momento de la
celebración te hubieras ido a tu casa para jugar videojuegos? ¿En qué momento
hubieras tomado tu celular para enviar mensajes de texto a algún amigo?
¿Cuántas veces te hubieras levantado para “ir al baño”, con la esperanza de
poder quedarte afuera, conversando?
Quizás estés pensando que en una ceremonia así, con
tanta grandiosidad, no te aburrirías como (tal vez) te aburres en los cultos
“normales” de tu iglesia. Pero tengo una noticia: el mismo Dios que inundó con
su presencia el grandioso Templo de Salomón es quien es invocado para que esté
presente en el lugar donde te reúnes cada sábado.
Si el espectáculo te cautiva y no eres capaz de
descubrir a Dios en la serenidad de un sábado, creo que sería bueno que
volvieras a pensar en los valores y los principios que te llevan a asistir a la
iglesia.
Cuando aquella celebración terminó, el pueblo
volvió a sus casas lleno de alegría. ¡Qué experiencia inigualable nos invade
cuando participamos de un culto en el que sentimos la presencia de Dios!
Si agradeciéramos al Cielo cada bendición recibida,
no tendríamos tiempo para quejarnos. Si buscáramos la presencia de Dios en cada
momento del culto, no tendríamos tiempo para mirar las (pobres o ricas) paredes
que nos rodean. La adoración no es cuestión de espacio, sino de corazón.
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