martes, 15 de julio de 2014

Martes 15 de julio – Adonías

Adonías, cuya madre fue Haguit, ambicionaba ser rey, y por lo tanto se levantó en armas. Consiguió carros de combate, caballos y cincuenta guardias de escolta. Adonías era más joven que Absalón, y muy bien parecido. Como David, su padre, nunca lo había contrariado ni le había pedido cuentas de lo que hacía. 1 Reyes 1:5, 6.

Creo que estas dos frases muestran claramente el tipo de vida que Adonías tenía y el que deseaba tener. “Yo quiero” y “No le rindo cuentas a nadie”: combinación peligrosa.

Él era el cuarto hijo de David, y en este momento de la historia, el mayor entre los sobrevivientes. Recuerda: el hijo mayor, Amnón, había sido asesinado por mandato de Absalón, que también había muerto. Del tercer hijo del rey –Quileab– no se dice nada, por lo que no sería absurdo pensar que también ya había muerto. Siendo así, era natural para Adonías pensar que le correspondía el trono.

Mientras vamos escribiendo la historia entre los hombres, las cosas tienen una dirección que parece lógica y normal. Cuando Dios entra, como él manda, muchas veces modifica todo. Un rasgo de inteligencia espiritual es aceptar los cambios ordenados por el Cielo. A veces no es fácil, pero siempre será lo mejor.

El problema de Adonías era que no sabía cómo esperar en Dios. Él ambicionaba ser rey y se había acostumbrado a tener todo lo que deseaba. Siguió el ejemplo de sus hermanos mayores, ya que su padre –como con aquellos– “nunca lo había contrariado ni le había pedido cuentas de lo que hacía”. Se dice lo mismo de la educación que recibió Amnón, y se nota la misma postura en la vida de Absalón. Definitivamente, como padre, David falló en la educación de sus hijos.

“Yo quiero” y “Yo no le rindo cuentas a nadie”. ¿No te parece exageradamente malcriado? ¿No te parece de un infantilismo absurdo? Pero, si piensas con un poco más de cuidado, es posible que te puedas ver a ti mismo en esa misma posición: Yo quiero, por eso lo tengo que tener. A nadie le tengo que rendir cuentas de mi vida; es mía, hago lo que yo quiera. ¿Cuántas veces escuchaste frases semejantes? ¿Cuántas veces habrás dicho (¿pensado?) cosas así?


Si piensas con cuidado, verás que es la base sobre la que construimos nuestras acciones pecaminosas. Medítalo un poco.

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