Ahora bien, en Jerusalén habla un hombre llamado Simeón, que
era justo y devoto, y aguardaba con esperanza la redención de Israel. El
Espíritu Santo estaba con él y le había revelado que no moriría sin antes ver
al Cristo del Señor. Lucas 2:25, 26.
Si lees las historias de la
Biblia sin pensar, podrás tener algunas dificultades para organizar tu
pensamiento y tus creencias. No es un juego, es el camino para tu vida eterna o
la perdición.
Veamos. Mateo dice que luego de
que los pastores y los magos adoraron al Rey recién nacido, José tuvo un sueño
y huyó a Egipto. ¿Cierto?
Correcto. El problema está en que
Lucas dice que José y María llevaron al niño Jesús para Jerusalén, a fin de
realizar el rito de la circuncisión. ¿Correcto? Sí.
¿Cómo hicieron para huir de
Herodes, pasar por Jerusalén y después seguir viaje a Egipto?
Vamos a intentar organizar la
cronología de los acontecimientos.
Jesús nació en Belén, y esa misma
noche fueron los pastores a adorarlo en el pesebre. Cuando pasaron los ocho
días exigidos por la ley de Moisés, José y María llevan al bebé a Jerusalén
para presentarlo en el Templo y circuncidarlo.
En ese momento aparece en la
historia Simeón, un anciano que estudiaba la Biblia conectado con la Fuente de
la sabiduría.
Una vez terminada la ceremonia de
presentación, José y María regresan a Belén, donde recibirán la visita de los
magos del Oriente. Estos tuvieron que
viajar algunas noches para llegar, primero a Jerusalén y después a la
ciudad de David. Si vieron la estrella de ángeles que cantó a los pastores la
noche del nacimiento, es natural pensar que el viaje demoró. Una vez que los
magos encuentran al niño (ya circuncidado), será el momento en que Herodes
manda matar a todos los niños.
La diferencia entre nosotros y
Simeón es que él estaba en comunicación con el Espíritu Santo, para comprender
los tiempos y las profecías, mientras nosotros apenas nos acordamos de orar en
la hora de los alimentos.
Simeón va al Templo el día
exacto, en el momento indicado para encontrar al Niño entre todos los niños de
Israel. Mientras el sacerdote que ofició el rito lo hizo mecánicamente -como
tal vez sea nuestra adoración hoy-, sin notar quién era el niño que tenía en
brazos, Simeón adoró entendiendo el profundo significado de ese momento.
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