-¿De dónde me conoces? -le
preguntó Natanael. -Antes de que Felipe te llamara, cuando aún estabas bajo la
higuera, ya te había visto. -Rabí, ¡tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de
Israel! -declaró Natanael. Juan 1:48, 49.
Natanael es el primero de una
serie inmensa de seres humanos que antes de conocer a Jesús, movidos por sus
preconceptos, dudan de lo que él es y de lo que les ofrece. Se esconden detrás
de millones de preguntas, Natanael inauguró con dos: ¿Puede salir algo bueno de
Nazaret?, y ¿De dónde me conoces?
La pregunta que le hace a su
amigo es de una miopía cultural y espiritual que asusta. Pero, es profundamente
humana. Nazaret es un mal lugar y, por ende, de allí no puede salir algo tan
bueno como el Redentor. De ese grupo humano no se puede esperar mucho. Esas
personas no tienen lo que yo creo que es importante. Ese tipo de culto no me
gusta. Las frases se multiplican como tantas sean las personas que no quieren
aceptar la Palabra de Dios.
Felipe, el amigo de Natanael, no
discute; simplemente, lo invita para que vea con sus propios ojos, para que lo
viva.
A veces nos metemos tanto en las
discusiones teóricas sobre doctrinas, religiones y creencias que nos olvidamos
del gran argumento que Felipe le presentó al primero que expresó sus dudas sobre
el Mesías: conoce a Jesús.
Discutir con Natanael habría sido
una pérdida de tiempo. Quizás hasta lograra ganarle la discusión, pero no sé si
le conseguiría ganar la mente y el corazón para Jesús. El Señor, a través del
Espíritu Santo, es mucho mejor que nosotros para convencer al pecador.
Cuando Natanael se acerca al
Salvador, este lo recibe con un comentario positivo. No es tan difícil. Abrió
las puertas de la mente y el corazón del futuro discípulo, rompió todas las
barreras (construidas con preconceptos) que tenía.
Las palabras de Jesús
consiguieron lo que ninguna discusión habría conseguido.
La segunda pregunta surge
naturalmente de la mente sorprendida del recién llegado. ¿De dónde me conoces?
¿Qué sabes de mí? ¿Por qué te interesas por mí? La respuesta, para Cristo, es
fácil: te conozco desde el vientre de tu madre, por lo que sé absolutamente
todo sobre t i . Y a pesar de lo que puedas pensar de ti mismo y de mí, yo te
amo.
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