Cuando llegaron a la casa de
cierto hombre en Bahurim, se metieron en un pozo que él tenía en el patio. La
esposa de aquel hombre cubrió el pozo y esparció trigo sobre la tapa. De esto
nadie se enteró. 2 Samuel 17:18, 19.
Me molesta la mentira. Pero, la
historia de la esposa de este hombre de la ciudad de Bahurim muestra claramente
que ella mintió a los soldados, y así salvó la vida a los dos mensajeros del
rey David.
Esta mujer sin nombre fue como
Rahab, la otra mujer que escondió espías, mintió y salvó sus vidas, además de
entrar en la genealogía de Cristo. ¿Mentir tiene premio? Definitivamente, no:
es el galardón de la fe, a pesar de los errores –y la mentira fue apenas uno de
ellos– que cometió en su vida.
¿Hasta dónde puedo decir una
mentira y que no sea considerada un pecado? Si mi mentira salva de la muerte a
una persona, ¿no es pecado? Una pregunta más clara: ¿Hay alguna mentira que no
sea pecado? ¿Justificamos el error por una consecuencia positiva?
El Mandamiento, que está en las
mismas tablas en que está escrito que el sábado es el día sagrado de reposo,
dice que no debemos mentir (Éxo. 20:16). Sin embargo, esta buena mujer miente
y, por su mentira, salva la vida de los dos informantes. Luego, cuando leemos
la historia en la Biblia, quedamos felices porque ella mintió y por los
resultados de su mentira.
Esta mujer ¿habrá pedido perdón
por su mentira o sintió –como nosotros, en muchos casos– que lo que hizo estaba
bien, “dadas las circunstancias”? Obviamente, no lo sabemos; y solo tendremos
la respuesta cuando, por la gracia de Dios, lleguemos al cielo.
La situación que nos plantea la
historia de la mujer de Bahurim es semejante a la de la familia alemana
cristiana que escondió a un niño judío en su casa. Cuando los soldados de la
Gestapo llamaron a su puerta y preguntaron por el niño, ¿qué debían hacer?
No se debe mentir; pero el amor
de Cristo cubre multitud de pecados. Piensa en eso en todas las circunstancias
que te toquen vivir hoy.
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