jueves, 6 de noviembre de 2014

Jueves 6 de noviembre - Santiago

Allí la gente no quiso recibirlo porque se dirigía a Jerusalén. Cuando los discípulos Jacobo y Juan vieron esto, le preguntaron: “Señor, ¿quieres que hagamos caer fuego del cielo para que los destruya?”. Lucas 9:53, 54.

Primero vamos a dejar en claro de quién hablamos. Este apóstol era el hermano mayor de Juan, también conocido como Jacobo. Era uno de los tres que estuvieron junto con Jesús en la transfiguración y en la resurrección de la hija de Jairo.
No te confundas con Santiago, el hermano de Jesús, autor de la carta universal que encontramos en el Nuevo Testamento. Nuestro personaje de hoy fue el primer discípulo que murió como mártir, por amor a Cristo. Según cuenta el libro de Hechos en el capítulo 12, Herodes Agripa, rey de Judea, nieto de Herodes el Grande, lo manda decapitar para comenzar su gobierno congraciándose con los judíos, que unos diez años antes habían apedreado a Esteban.
En el momento de la historia que el texto narra, Jesús está comenzando a caminar hacia Jerusalén, en su último viaje. Pocos días antes, el Maestro les había dado toda autoridad para sanar enfermos y expulsar demonios. Cuando regresan de este viaje misionero quieren contarle con detalles la experiencia a Jesús. Pero no consiguen hacerlo, porque una multitud los encuentra, los rodea y se queda escuchando al Maestro durante todo el día. Siguiendo el relato de Lucas, ese grupo humano fue alimentado por Cristo con cinco panes y dos peces.
En esa etapa del camino de Cristo, Pedro lo confiesa como el Hijo de Dios, ocurre la transfiguración, y al bajar del monte Jesús sana al muchacho endemoniado, que los nueve discípulos no pudieron sanar. Fiesta. Milagros. Demostración de poder. Espiritualidad. Pero Santiago es humano… y discute con los otros discípulos quién iba a ser el mayor en el futuro Reino de Jesús.
Con ese espíritu, tan lejano al de Cristo, el grupo pasa por Samaria y los pobladores del lugar no los reciben, porque iban en dirección a Jerusalén. Santiago y Juan quieren destruir, con fuego santo, aquella ciudad.

Fuego santo para uso particular y para una venganza personal. La locura del pecado nos hace pedir permiso a Dios para acciones tan alejadas de su carácter como la tierra está lejos del cielo; nos lleva a orar pidiendo que él bendiga aquello que ya rechazó desde la fundación del mundo.

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