Cuando llegaron, subieron al
lugar donde se alojaban. Estaban allí Pedro, Juan, Jacobo, Andrés, Felipe,
Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alteo, Simón el Zelote y Judas hijo de
Jacobo. Todos, en un mismo espíritu, se dedicaban a la oración, junto con las
mujeres y con los hermanos de Jesús y su madre María. Hechos 1:13, 14.
Los zelotes entendían que el
reino era de este mundo y que el camino de la conquista se recorría con sangre
y armas. Que un miembro de este grupo guerrillero aceptara a Cristo, el Señor
del amor y el respeto, era un milagro. Que se transformara en un discípulo es
la garantía que tenemos de que cualquiera, sin importar cómo piense ni cómo
actúe, tocado por la mano transformadora de Jesús puede ser un discípulo.
El grupo político-militar al que
pertenecía Simón era muy cercano a los fariseos, y demostraba un celo extremo
por las leyes del pueblo judío. Lo que comenzó como un grupo que defendía las
normas, se transformó -con el paso del tiempo- en un bando de asesinos.
De allí salió un hombre que buscó
a Jesús, y que estaba orando en un mismo espíritu con mujeres, con pescadores y
con un excobrador de impuestos. El poder transformador de Cristo no tiene
igual.
Puede ser una broma, pero cuentan
que un explorador ateo llegó a una tribu y comenzó a cuestionar las nuevas
creencias religiosas del grupo. El cacique escuchó con la calma que algunos
indígenas tienen, y después de un tiempo le dijo: “Usted tendría que agradecer
que tengamos estas nuevas creencias”. El explorador, bastante arrogante, le
respondió preguntando por qué, pues él entendía que aquellas eran poco serias y
sin valor para el mundo actual. A lo que el cacique le respondió: “Si no fuera
por estas creencias, ‘poco serias y sin valor’, usted hoy seria nuestro
almuerzo”.
Simón, el zelote, por estar al
lado de Cristo, tuvo que aprender a mirar el mundo desde un nuevo punto de
vista. Seguir a Cristo, para Simón, significaba dejar todo en lo que él creía.
Para él, era una revolución mental que le exigía comenzar todo otra vez; y
hacerlo con nuevas reglas.
Si Cristo cambió a Simón, puede
hacerlo también contigo.
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