martes, 11 de noviembre de 2014

Martes 11 de noviembre - Simón, el Zelote

Cuando llegaron, subieron al lugar donde se alojaban. Estaban allí Pedro, Juan, Jacobo, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alteo, Simón el Zelote y Judas hijo de Jacobo. Todos, en un mismo espíritu, se dedicaban a la oración, junto con las mujeres y con los hermanos de Jesús y su madre María. Hechos 1:13, 14.

Los zelotes entendían que el reino era de este mundo y que el camino de la conquista se recorría con sangre y armas. Que un miembro de este grupo guerrillero aceptara a Cristo, el Señor del amor y el respeto, era un milagro. Que se transformara en un discípulo es la garantía que tenemos de que cualquiera, sin importar cómo piense ni cómo actúe, tocado por la mano transformadora de Jesús puede ser un discípulo.
El grupo político-militar al que pertenecía Simón era muy cercano a los fariseos, y demostraba un celo extremo por las leyes del pueblo judío. Lo que comenzó como un grupo que defendía las normas, se transformó -con el paso del tiempo- en un bando de asesinos.
De allí salió un hombre que buscó a Jesús, y que estaba orando en un mismo espíritu con mujeres, con pescadores y con un excobrador de impuestos. El poder transformador de Cristo no tiene igual.
Puede ser una broma, pero cuentan que un explorador ateo llegó a una tribu y comenzó a cuestionar las nuevas creencias religiosas del grupo. El cacique escuchó con la calma que algunos indígenas tienen, y después de un tiempo le dijo: “Usted tendría que agradecer que tengamos estas nuevas creencias”. El explorador, bastante arrogante, le respondió preguntando por qué, pues él entendía que aquellas eran poco serias y sin valor para el mundo actual. A lo que el cacique le respondió: “Si no fuera por estas creencias, ‘poco serias y sin valor’, usted hoy seria nuestro almuerzo”.
Simón, el zelote, por estar al lado de Cristo, tuvo que aprender a mirar el mundo desde un nuevo punto de vista. Seguir a Cristo, para Simón, significaba dejar todo en lo que él creía. Para él, era una revolución mental que le exigía comenzar todo otra vez; y hacerlo con nuevas reglas.
Si Cristo cambió a Simón, puede hacerlo también contigo.


viernes, 7 de noviembre de 2014

Viernes 7 de noviembre – Mateo

Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos. Sígueme, le dijo. Mateo se levantó y lo siguió. Mateo 9:9.

El estilo literario de la Biblia es económico. Difícilmente encontrarás adjetivos. Generalmente los relatos son breves, concretos y directos. En la historia de Leví Mateo, estas características se potencian.
En exactas seis palabras (Mateo se levantó y lo siguió), el propio Mateo cuenta la decisión más importante de su vida; la que cambió para siempre el rumbo de su existencia; la que lo sacó del anonimato odiado de la recaudación de impuestos y lo llevó a la santa popularidad por ser el autor del primer Evangelio.
Imagina todos los pensamientos que se agolparon en la cabeza de Mateo cuando vio cruzar a Jesús frente a su mesa; en realidad, lo sintió cruzar por la mitad de su vida. Para él, seguir a Cristo significaba abandonar un negocio lucrativo, un grupo de poder económico, unas ciertas relaciones sociales que le ofrecían excelentes ventajas terrenales.
Seguir a Jesús siempre exige un sacrificio. Pero no queremos; y nos conformamos con ser sus seguidores lejanos, porque de otro modo nos obligaría a negarnos a nosotros mismos, que es abandonar mucho más que una mesa de dinero y un trabajo lucrativo: es dejar de lado –para siempre– nuestro orgullo, nuestras ideas, nuestros deseos.
Mateo quería ser discípulo de Cristo. No se conformó con contar a sus hijos y nietos que él un día vio pasar a Jesús y conversó con él. No le pareció suficiente ir a la sinagoga para agradecer porque un día había escuchado a Jesús. Porque quería más que eso, estuvo dispuesto a abandonarlo todo.

Cada uno de nosotros tiene que llevar una cruz, personal e intransferible, cada día, todos los días. El discipulado no es una cuestión de momentos o de intermitencias. Por el contrario, es un estilo de vida constante, diario. Es abandonar lo que me ata a este mundo para siempre, no por un rato. Es dejar tu mesa de la recaudación de impuestos, para no volver nunca más a ella.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Jueves 6 de noviembre - Santiago

Allí la gente no quiso recibirlo porque se dirigía a Jerusalén. Cuando los discípulos Jacobo y Juan vieron esto, le preguntaron: “Señor, ¿quieres que hagamos caer fuego del cielo para que los destruya?”. Lucas 9:53, 54.

Primero vamos a dejar en claro de quién hablamos. Este apóstol era el hermano mayor de Juan, también conocido como Jacobo. Era uno de los tres que estuvieron junto con Jesús en la transfiguración y en la resurrección de la hija de Jairo.
No te confundas con Santiago, el hermano de Jesús, autor de la carta universal que encontramos en el Nuevo Testamento. Nuestro personaje de hoy fue el primer discípulo que murió como mártir, por amor a Cristo. Según cuenta el libro de Hechos en el capítulo 12, Herodes Agripa, rey de Judea, nieto de Herodes el Grande, lo manda decapitar para comenzar su gobierno congraciándose con los judíos, que unos diez años antes habían apedreado a Esteban.
En el momento de la historia que el texto narra, Jesús está comenzando a caminar hacia Jerusalén, en su último viaje. Pocos días antes, el Maestro les había dado toda autoridad para sanar enfermos y expulsar demonios. Cuando regresan de este viaje misionero quieren contarle con detalles la experiencia a Jesús. Pero no consiguen hacerlo, porque una multitud los encuentra, los rodea y se queda escuchando al Maestro durante todo el día. Siguiendo el relato de Lucas, ese grupo humano fue alimentado por Cristo con cinco panes y dos peces.
En esa etapa del camino de Cristo, Pedro lo confiesa como el Hijo de Dios, ocurre la transfiguración, y al bajar del monte Jesús sana al muchacho endemoniado, que los nueve discípulos no pudieron sanar. Fiesta. Milagros. Demostración de poder. Espiritualidad. Pero Santiago es humano… y discute con los otros discípulos quién iba a ser el mayor en el futuro Reino de Jesús.
Con ese espíritu, tan lejano al de Cristo, el grupo pasa por Samaria y los pobladores del lugar no los reciben, porque iban en dirección a Jerusalén. Santiago y Juan quieren destruir, con fuego santo, aquella ciudad.

Fuego santo para uso particular y para una venganza personal. La locura del pecado nos hace pedir permiso a Dios para acciones tan alejadas de su carácter como la tierra está lejos del cielo; nos lleva a orar pidiendo que él bendiga aquello que ya rechazó desde la fundación del mundo.

Jueves 6 de noviembre - Santiago

Allí la gente no quiso recibirlo porque se dirigía a Jerusalén. Cuando los discípulos Jacobo y Juan vieron esto, le preguntaron: “Señor, ¿quieres que hagamos caer fuego del cielo para que los destruya?”. Lucas 9:53, 54.

Primero vamos a dejar en claro de quién hablamos. Este apóstol era el hermano mayor de Juan, también conocido como Jacobo. Era uno de los tres que estuvieron junto con Jesús en la transfiguración y en la resurrección de la hija de Jairo.
No te confundas con Santiago, el hermano de Jesús, autor de la carta universal que encontramos en el Nuevo Testamento. Nuestro personaje de hoy fue el primer discípulo que murió como mártir, por amor a Cristo. Según cuenta el libro de Hechos en el capítulo 12, Herodes Agripa, rey de Judea, nieto de Herodes el Grande, lo manda decapitar para comenzar su gobierno congraciándose con los judíos, que unos diez años antes habían apedreado a Esteban.
En el momento de la historia que el texto narra, Jesús está comenzando a caminar hacia Jerusalén, en su último viaje. Pocos días antes, el Maestro les había dado toda autoridad para sanar enfermos y expulsar demonios. Cuando regresan de este viaje misionero quieren contarle con detalles la experiencia a Jesús. Pero no consiguen hacerlo, porque una multitud los encuentra, los rodea y se queda escuchando al Maestro durante todo el día. Siguiendo el relato de Lucas, ese grupo humano fue alimentado por Cristo con cinco panes y dos peces.
En esa etapa del camino de Cristo, Pedro lo confiesa como el Hijo de Dios, ocurre la transfiguración, y al bajar del monte Jesús sana al muchacho endemoniado, que los nueve discípulos no pudieron sanar. Fiesta. Milagros. Demostración de poder. Espiritualidad. Pero Santiago es humano… y discute con los otros discípulos quién iba a ser el mayor en el futuro Reino de Jesús.
Con ese espíritu, tan lejano al de Cristo, el grupo pasa por Samaria y los pobladores del lugar no los reciben, porque iban en dirección a Jerusalén. Santiago y Juan quieren destruir, con fuego santo, aquella ciudad.

Fuego santo para uso particular y para una venganza personal. La locura del pecado nos hace pedir permiso a Dios para acciones tan alejadas de su carácter como la tierra está lejos del cielo; nos lleva a orar pidiendo que él bendiga aquello que ya rechazó desde la fundación del mundo.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Miércoles 5 de noviembre - Natanael

-¿De dónde me conoces? -le preguntó Natanael. -Antes de que Felipe te llamara, cuando aún estabas bajo la higuera, ya te había visto. -Rabí, ¡tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel! -declaró Natanael. Juan 1:48, 49.

Natanael es el primero de una serie inmensa de seres humanos que antes de conocer a Jesús, movidos por sus preconceptos, dudan de lo que él es y de lo que les ofrece. Se esconden detrás de millones de preguntas, Natanael inauguró con dos: ¿Puede salir algo bueno de Nazaret?, y ¿De dónde me conoces?
La pregunta que le hace a su amigo es de una miopía cultural y espiritual que asusta. Pero, es profundamente humana. Nazaret es un mal lugar y, por ende, de allí no puede salir algo tan bueno como el Redentor. De ese grupo humano no se puede esperar mucho. Esas personas no tienen lo que yo creo que es importante. Ese tipo de culto no me gusta. Las frases se multiplican como tantas sean las personas que no quieren aceptar la Palabra de Dios.
Felipe, el amigo de Natanael, no discute; simplemente, lo invita para que vea con sus propios ojos, para que lo viva.
A veces nos metemos tanto en las discusiones teóricas sobre doctrinas, religiones y creencias que nos olvidamos del gran argumento que Felipe le presentó al primero que expresó sus dudas sobre el Mesías: conoce a Jesús.
Discutir con Natanael habría sido una pérdida de tiempo. Quizás hasta lograra ganarle la discusión, pero no sé si le conseguiría ganar la mente y el corazón para Jesús. El Señor, a través del Espíritu Santo, es mucho mejor que nosotros para convencer al pecador.
Cuando Natanael se acerca al Salvador, este lo recibe con un comentario positivo. No es tan difícil. Abrió las puertas de la mente y el corazón del futuro discípulo, rompió todas las barreras (construidas con preconceptos) que tenía.
Las palabras de Jesús consiguieron lo que ninguna discusión habría conseguido.

La segunda pregunta surge naturalmente de la mente sorprendida del recién llegado. ¿De dónde me conoces? ¿Qué sabes de mí? ¿Por qué te interesas por mí? La respuesta, para Cristo, es fácil: te conozco desde el vientre de tu madre, por lo que sé absolutamente todo sobre t i . Y a pesar de lo que puedas pensar de ti mismo y de mí, yo te amo.